martes, 6 de abril de 2010

MADRID Y LA GORDA DEL BARRIO



Anoche fui testigo de una concatenación de acontecimientos miríficos.
En el restaurante La Trainera me cuentan que el edificio de la calle de Lagasca número 53 está sometido a un expediente de declaración de ruina, cuyo detonante final se debe a la caída, a plomo, de una señora que vive en el primer piso, cuando estaba sentada en la taza del retrete. No se sabe si para aguas mayores o menores. Testigos presenciales aseguran que la dama, que pesa 140 kilos de los de báscula alemana, apareció, in púribus, encastrada en el inodoro en mitad de la Droguería Ponce en ese momento atestada de clientes, por ser la hora de mediodía. Cayera por su propio peso o por la ley de la gravedad, el caso es que la vecina fue hospitalizada.


Despachada la cena, salgo del restaurante y héteme aquí que encuentro cortado el tráfico de la calle Lagasca por dos coches patrulla de la Policía Municipal, dos ambulancias del Samur tamaño king size y un camión de bomberos con largo brazo articulado. Muchos balcones abiertos en los edificios colindantes y una nube de vecinos curioseando.


Pregunto a Juan, el guardacoches, pues no huelo a chamusquina, ni veo desprendimientos de cornisas, inundaciones, terremotos u otros fenómenos. Me explica que la señora gorda está siendo ascendida hasta su piso, de vuelta del hospital, en una cubeta que remata el brazo del coche de bomberos. Me descoyunto de risa y me pierdo la parte final de la operación, esto es, cómo los esforzados bomberos consiguen introducir a la gorda por el balcón de su casa sin producir destrozos y sin intercesión de los dioses.


Me gustaría que el Ayuntamiento y/o la Comunidad de Madrid rindieran cuentas del coste total de la curación y ascensión de la obesa de mi barrio, teniendo en cuenta que las horas nocturnas de los policías municipales, bomberos, y equipos del Samur deben ser extraordinarias. Exijo un informe detallado del Ministerio del Interior sobre si esta dedicación especial de las fuerzas de seguridad del Estado y de los servicios de protección ciudadana al caso milagroso de la jamona de Lagasca, puso en riesgo o no a la población de la Villa de Madrid. Digo yo que si tal número de efectivos están dedicados a elevar a una gorda, será porque no están atendiendo a sus naturales obligaciones que se supone consisten en evitar atracos, violaciones u otras menudencias por el estilo.
Oséase, que si la del barrio gorda quiere seguir engordando, debe procurarse ayuda sobrenatural y no gastar dinero de los contribuyentes.

Me llegan hoy dos nuevos datos sobre la prodigiosa aventura y desventura de la gorda de Lagasca número 53. El primero es que el peso de la gorda va subiendo. Ya no se habla de 140 kilos si no de 150 ó 160, lo que aporta consistencia a la historia. El segundo, que añade verosimilitud, es que no fue el brazo articulado del coche de bomberos quien finalmente depositó a la gorda en su piso, sino la fuerza bruta de cuatro hercúleos bomberos quienes la subieron, en tresillo de tres plazas, por las escaleras del inmueble semi-ruinoso.

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