lunes, 31 de octubre de 2011

Tiempo de uso


"No es tiempo de posesión, es tiempo de uso"

(cita de Buckminster Fuller, el arquitecto que creó, entre otras cosas, el edificio sin cimientos. El maestro brasileiro Tom Zé la usó para titular una de sus composiciones)




(He tomado éstas fotos hoy, con mi móvil, al hacer la compra en la mañana de mi barrio)

domingo, 23 de octubre de 2011

De su dulzura al albor



(los versos son de Manuel María Torres Rojas)


Al borde de la alborada, 

después de arder en amor, 

se alzó la voz de la niña, 

antes de nacer el sol. 

Entre rúbricas de espuma, 

la flor del agua en su vientre 

y en los restos de mi ardor, 

cantaba la madre niña, 

de su dulzura, al albor. 

Su lozano canturreo,

de rumorosa  melodía, 

ensanchó, de amanecida, 

el mustio otoño del alma, 

del silencio, y de mi casa. 

¡Bendita sea tu belleza y

eternamente lo sea,

en tu transparente cuerpo,

 lucero de mi mañana!


(fotos Masao Yamamoto)

lunes, 17 de octubre de 2011

Tengo un problema



Nota del autor:
Escribí este texto hace tiempo y no se refiere ni alude a ninguna mujer concreta ¡faltaría más!


Tengo un problema. Se trata de que, desde que dejé la Universidad, sólo he prestado atención a la mitad del género humano. Concretamente, a la mitad compuesta por mujeres.

Ese afán reduccionista que me posee tuvo su origen, allá en la noche de mis tiempos de adolescente, en un deseo físico hacia las chicas, deseo material al que se fue agregando uno metafísico, cercano a la veneración por la esencia de lo femenino. Un impulso por asir lo inasible: el alma de “La Mujer”.

Con el rodar de los años, visto lo visto y padecido lo padecido, mi incondicional idilio con la mujer está volviendo a su origen material, esto es, relativo o perteneciente al reino de los cinco sentidos. Las féminas me gustan a morir pero, simplificando, diré que “hombre blanco no entender ni pizca de cuanto ellas hacen o dicen”.

De la otra mitad de la humanidad, la masculina, no me interesa ni lo físico ni lo químico. Se trata de seres primitivos, torpes y acomplejados. Gente con mala conciencia histórica de pertenencia a la clase masculina.

Quiere decirse que vuelvo a estar joven, a ser joven de ánimo. Estoy solo, solamente hablo con mujeres y algunas de ellas me besan y abrazan. Hacemos el amor y cenamos juntos con un buen vino. Cuando tratamos de hablar, casi nunca resulta placentero. Opinamos lo contrario en cualquier materia que abordemos, igual se trate de costumbres y moral, de literatura, de política o de la vida eterna.

Supongo que nuestras diferencias, a menudo radicales, provienen no sólo de la diferente conformación de nuestros cerebros, el masculino y el femenino, sino también de la históricamente novedosa circunstancia de que ellas están, hoy y a todas horas, muy atareadas, agobiadas, estresadas y sobrepasadas por los acontecimientos cotidianos. Tengan o no dinero, estén o no enamoradas, sean altas o normales, teñidas o todavía no, todas tienen prisa, problemas y varios cadáveres de hombres en sus armarios roperos. Pero todas ellas, casi todas, buscan otro más, otra relación más, otro hombre nuevo, para cambiarle eso sí.

Hace no tanto tiempo una bella mujer, bien dotada para acumular trastos bellos e improbablemente útiles, me dijo con convicción: “hay cosas que me gustan mucho de ti. Otras no, nada”. Contesté: “siempre es así. Contigo me ocurre igual. Otras veces es peor: me gusta todo de una mujer, pero ella no”.



La foto de arriba es de Wendy Bevan. La de abajo contiene una vista del monasterio jerónimo Sta. María de El Parral, provincia de Segovia.


martes, 11 de octubre de 2011

París por octubre


(fotos del autor)

La semana pasada me exilié a París. En el coqueto hotelito del distrito XVIIème había dos recepcionistas que se turnaban.
La de alba tez y serenos ojos claros se llamaba Mathilde. La otra no. El hotel en que me perdí es el Villa Eugenie, 167 Rue de Rome 75017 Paris.

Más héteme aquí que, por azares del destino, la que aconsejaba certeramente en materia de gastronomía y transporte era la otra. La menos agraciada. La que no se llamaba Mathilde.

La cena en el bistrôt Le Clou, fue exquisita. El nido de hongos salvajes con un huevo poché todavía hace que mis espartanas glándulas y papilas gustativas manen jugos ante el recuerdo de semejante prodigio.

El plato de resistencia me supo a los tiempos pasados en Aquitania. ¡Vaya lubina al horno con una muselina de echalotas! El vino, del Languedoc, no me dijo gran cosa. Olía mejor que sabía. Le Clou, está en el número 132, rue Cardinet. Hay que bajarse en la estación de metro de Malesherbes, línea nº 3 ¡De nada!

El distrito XVII
ème, como casi todo en la vida, está partido en dos. De un lado del ferrocarril, quedan los pobres. Del otro lado, los ricos.



Hay un sitio en el mundo que se llama París. Un sitio muy grande y hermoso y otra vez grande y hermoso. Es más o menos lo que dijo César Vallejo, quien murió allí en 1938, cuarenta y pico años después de haber nacido al contrario que en París, esto es, en un pueblecito andino y pobre, oscuro y remoto que se llama Santiago de Chuco, en el norte del Perú.

La otra recomendación culinaria de la mujer de recepción que no era blanca ni se llamaba Mathilde dió con mis huesos en un restaurante italiano por nombre Nove Sette, 97, rue des Dames, Paris XVIIème.

Bien decorado, con gente guapa en las mesas y un servicio joven, seguramente con contratos más basura que las hipotecas USA. Me costó diez minutos y tres interlocutores distintos que comprendieran y aceptaran que la chica joven de mi mesa iba a cenar dos platos entrantes.

Cenamos bien, la pasta en su punto y el vino toscano también.
Era domingo noche, el barrio parisino estaba atacado de “dominguitis” y en una callejera esquina una chica ebria se pegó un trompazo de marca mayor. La pobre necesitaba más Benadón e Hidroxil en vena
 que yo un cariño verdadero, de esos que no se compran ni se venden…