miércoles, 23 de diciembre de 2009

GLICINIA TOSTADA



La medicina tradicional china otorga mucha importancia a la infusión de glicinias tostadas, pues se sabe que cura muchísimos achaques.
Uno, en su modestia, ha descubierto que tal tisana es muy buena para mantenerse en forma y mejorar la circulación de la sangre y bajar la tensión arterial. Mi hallazgo es fruto, como todos, del azar y de la necesidad.
Dado que en Occidente no se despacha glicinia tostada en las herboristerías, cada vez que me da la vena tengo que rastrear por el barrio, en las tapias de los palacetes que han sobrevivido al sida urbanístico, en búsqueda y captura de glicinias para tostar. Problema añadido es que las glicinias florecen una sola vez al año,  precisamente en primavera. En resumen, que cada tisana me procura un paseo cardiotónico, si bien últimamente procuro guardar la flor de mis rapiñas en una caja china.

Para evitar la competencia desleal de otros chalados buscadores de la flor de la glicinia, me limitaré a dar un dato. Se trata de la iglesia de la embajada británica. En su tapia hay glicinias. Esta es mi pequeña venganza contra Enrique VIII por divorciarse de la pobrecita Catalina de Aragón.

sábado, 19 de diciembre de 2009

HUERTO INMEDIATO



En el quinto año de la séptima década del pasado siglo determiné pasar el estío en compañía de nadie. Polvo, sudor y hierro, en el jodido secarral de la meseta castellana. Terminaría así unos estudios universitarios que me tenían harto. Harto de tanta anormalidad artificial. Fue mi primer verano sin veraneo.


Otro propósito, genuino y no confeso, era el de labrar un huerto en el piso paterno, vacío durante la canícula.

El primer designio no requería sino de unas horas de estudio cada madrugada, a menudo sentado en el balcón, por si se levantaba la fresca, que no lo hacía ni con las claritas del día. Desde siempre, las madrugadas han sido para mí la parte final de la noche, nunca comienzo del día. Me gusta atar la luna con el sol.

El segundo empeño fue planificado meses antes con rigor y disciplina cisterciense. Consistía en convertir mi dormitorio, el contiguo y el medianero cuarto de estudio, en un huertecico. Recogería sus frutos a finales de septiembre, antes de la vuelta de mi familia y demás bichos.

Pero había más. Algo que constituye el nudo de esta historia. Quería que mi gran secreto, mi mayor tesoro, medrase un tiempo en mi suelo.

El tesoro databa de mucho antes de Cristo, pues era contemporáneo de Buddha.

Un tío abuelo mío, por parte de madre, se había casado con una maharaní hindú, a quien llevó a vivir a Granada desde las lejanas orillas del río Jhalum en el valle de Cachemira.

No tuvieron hijos y sí un gran afecto por mí. Me contaban historias preciosas de la India, de los vedas y del budismo. Alguna vez me sentaron a meditar con ellos en el carmen que tenían por el Albaicín. Yo era un crío que gustaba del silencio y conseguía poner la mente tranquila y calma, lo que me procuraba paz y bien.

Una tarde de Corpus andaba yo con los maharanís en su carmen, cuando llegó el mecánico de casa para llevarme a no sé qué gaita familiar. Me disgusté mucho, pues los tíos me iban a hablar a la puesta del sol del Buddha niño, cuando todavía se llamaba Siddhartha Gautama. Para consolarme, mi tío me tomó de la mano y me llevó a su torre‑estudio, clausurada siempre por una llave de plata que colgaba de su cuello y de un cordón trenzado con hilos de oro y seda magenta.
 
(Esta historia continúa en:http://cuentosencarneviva.blogspot.com/2008/01/el-huerto-inmediato.html)

lunes, 14 de diciembre de 2009

MURCIA



En la pedanía llamada Lo-Pagán no había agua corriente, ni red de alcantarillado. El agua potable se almacenaba en un aljibe que no recogía aguas pluviales, sino que se llenaba con un camión-cuba. Las fecales vertían a una fosa séptica que era medianera con el aljibe.


Las otras aguas del aseo y lavado de ropa iban a dar a la mar, vía los correspondientes alba- ñales, situados enfrente de nuestra casita. Justo donde nos bañábamos en la mar salada.


Después de varias horas al remojo en el Mar Menor, nuestra higiene de niños se completaba, en barreños de agua tibia, calentada al sol por el cariño de mi tata y por los 45º centígrados propios del verano murciano.


Yo era un niño limpio, que olía a rosas del campo. No existían desodorantes, ni cremas con factor de protección solar. Por lo cual que yo he visto clavículas de hermanos sin piel ni carne. Al aire libre el hueso, de puras quemazones.


Lo-Pagán, San Pedro del Pinatar, Murcia. Pantalón de baño Meyba. Jabón “Lagarto” para cabello y cuerpo. Te secaban al sol, como a las huevas de mújol, tesoro local que es manjar equiparable al caviar del Caspio, y tiene más colesterol que éste. ¿Quién sabía en los viejos tiempos de colesterol?

viernes, 11 de diciembre de 2009

MATERIA Y MEMORIA



Me gustaron las pinturas del mexicano Bosco Sodi.
H. Bergson, en 1908, escribió que "pasamos por etapas imperceptibles
de recolectar cosas dejadas a lo largo del curso del tiempo..."
De eso tratan los trabajos de Sodi expuestos desde ayer en Madrid.
A una pregunta mía, el autor me dijo que su obra material
resistiría el paso del tiempo.
Así lo deseo, aunque falte mi testimonio.

jueves, 3 de diciembre de 2009

MARMÓREA SEVILLA



Sevilla huele a jaca de señorito,
a muslos malvas de sevillanas de salón,
a nazarenos agrios de trasegar manzanilla,
a plato indigesto de rabo de toro manso,
a colorines de parra, zarcillos falsos de falso coral,
y a pan pringao en vino amargo.
A sequía, a isla inútil, a río muerto,
a aljibe de agua sucia, a cloaca de estiércol,
a beatas de nocturna adoración,
y a cirio de sebo de canónigo.
¡Antipática y marmórea!