jueves, 26 de enero de 2012

Mujer Ideal, Universal y Desconocida



(Ilustración de Claudio Acciari)


Tengo un problema. Se trata de que, desde que dejé la Universidad, sólo he prestado atención a la mitad del género humano. Concretamente, a la mitad compuesta por mujeres.

Ese afán reduccionista que me posee tuvo su origen, allá en la noche de mis tiempos de adolescente, en un deseo físico hacia las chicas, deseo material al que se fue agregando uno metafísico, cercano a la veneración por la esencia de lo femenino. Un impulso por asir lo inasible: el alma de “La Mujer Ideal, Universal y Desconocida”.

Con el rodar de los años, visto lo visto y padecido lo padecido, mi incondicional idilio con la mujer está volviendo a su origen material, esto es, relativo o perteneciente al reino de los cinco sentidos. Las féminas me gustan a morir pero, simplificando, diré que “hombre blanco no entender ni pizca de cuanto ellas hacen o dicen”.

De la otra mitad de la humanidad, la masculina, no me interesa ni lo físico ni lo químico. Se trata de seres primitivos, torpes y acomplejados. Gente con mala conciencia histórica de pertenencia a la clase masculina.

Quiere decirse que vuelvo a estar joven, a ser joven de ánimo. Estoy solo, solamente hablo con mujeres y algunas de ellas me besan y abrazan. Hacemos el amor y cenamos juntos con un buen vino. Cuando tratamos de hablar, casi nunca resulta placentero. Opinamos lo contrario en cualquier materia que abordemos, igual se trate de costumbres y moral, de literatura, de política o de la vida eterna.

Supongo que nuestras diferencias, a menudo radicales, provienen no sólo de la diferente conformación de nuestros cerebros, el masculino y el femenino, sino también de la históricamente novedosa circunstancia de que ellas están, hoy y a todas horas, muy atareadas, agobiadas, estresadas y sobrepasadas por los acontecimientos cotidianos. Tengan o no dinero, estén o no enamoradas, sean altas o normales, teñidas o todavía no, todas tienen prisa, problemas y varios cadáveres de hombres en sus armarios roperos. Pero todas ellas, casi todas, buscan otro más, otra relación más, otro hombre nuevo, para cambiarle eso sí.

Hace no tanto tiempo una bella mujer, bien dotada para acumular trastos bellos e improbablemente útiles, me dijo con convicción: “hay cosas que me gustan mucho de ti. Otras no, nada”. Contesté: “siempre es así. Contigo me ocurre igual. Otras veces es peor: me gusta todo de una mujer, pero ella no”.

Lo dicho. He vuelto a ser joven, solitario y escritor.

Quedo citado con ellas. Llegan tarde, hacemos el amor y cenamos. Luego, cada uno dormirá en su casa. Un difuso temor a la enfermedad y al dolor en soledad no disuelve mi natural inclinación a recogerme a solas para dormir a solas. Almorzar a solas me gusta. Cenar en solitario, no.

Desde que dejé de ser universitario, no he charlado con hombres de nada importante. Ahora, ni de lo importante ni de lo accesorio.

Las mujeres me procuran sexo cuando y como quieren. Carecen de sentido del humor y no aceptan que el amor es bioquímica, hormonas y conexiones neuronales que se activan a golpe de impulsos eléctricos. Y que tiene fecha de caducidad.

jueves, 19 de enero de 2012

Málaga, sombra del paraíso


(fotos tomadas por mí)

Ciudad del paraíso

                                         
   A mi ciudad de Málaga

Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria, 
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.

Vicente Alexaindre, 1944



martes, 3 de enero de 2012

Miro las musarañas


( pasando el rato)


Termino el año embargado de un estado de ánimo perezoso
 y anarquizante.
Me invade un instinto de brevedad. Nada de lo que leo me parece
lo bastante conciso ¡Carne de gallina me ponen los textos estirados y encenagados!
¡No hay manera de entender nada! ¡Luz, más luz!