sábado, 28 de abril de 2012

¡Quiquiriquí!

(ilustración Diego Lara)

Las prisas y las redes sociales

Los usuarios de las redes tendemos a la lectura apresurada, literal y reduccionista de los pequeños fragmentos de textos que en ellas escribimos y comentamos.

Me refiero fundamentalmente a Twitter y Facebook. Los blogs, esos cuadernos de bitácora digitales, admiten lecturas y escrituras algo más pausadas y, por tanto, más reflexivas.
Supongo que lo escueto de los escritos y la inmediatez con que se comentan y replican conducen invariablemente a la ineluctable levedad de la prosa de las redes. Siempre andamos de prisa y corriendo.

La prisa es enemiga de la escritura, prosa o verso. También lo es del ingenio y de la ironía fina. Un pedacito de texto agudo y zumbón está destinado a ser recibido con onomatopeyas, abreviaturas y signos ortográficos indescifrables para mí en la mayoría de los casos.

Y conste que soy enemigo acérrimo del academicismo y gravedad de los fuegos de artificio literarios. Procuro escribir corto y por derecho, pero nunca a uña de caballo.

¿Por qué estamos todos, entonces, en las redes sociales? Pues porque nos sentimos solos y necesitados de afecto. Y ello ocurre o puede ocurrir con sesenta años o con veinte primaveras.

Dicho y hecho de un tirón ¡Quiquiriquí! ¡Más canta el gallo que la perdiz!

miércoles, 18 de abril de 2012

¡Mira qué bonito!


(El autor-niño en el parque de El Buen Retiro)

Mi madre miró la foto y me dijo:
"Mira qué bonito está mi niño, dorado y riéndose"
(JRJ)

El sol de primavera nos hacía reir. La mirábamos y nos miraba. Los hermanos a ella y ella a nosotros. 

lunes, 9 de abril de 2012

Sin pijama y sin recuerdos



( El autor sin recuerdos)



Desperté sin pijama y sin recuerdos.

Mi cuerpo estaba cubierto tan sólo por una bata de hospital, de esas que te dejan con el culo al aire. Mi memoria, vacía. Boca arriba, yerto de cuerpo y yermo de espíritu, respiré con la tripa. Tenía un ladrillo en el estómago y la lengua como lija del número tres.

El médico preguntó:

- ¿Cuál es su último recuerdo?

Contesto:

- No lo sé. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

Dice el médico que en mi historial no consta fecha de ingreso y que, cuando él empezó a trabajar en la clínica, hace un lustro, era fama que yo era el decano de los pacientes.

El galeno insiste:

-¿Qué es lo último que usted recuerda?

Se estaba poniendo pesado. Respondí:

- Una casita muy chiquitita con muchas flores en el jardín.

El hombre de la bata blanca humaniza su rostro y dice:

- En ella vivía usted, supongo. ¿Dónde estaba esa casa?

Contesto:

- Que no doctor, es la letra de una canción.

Este tío está casado con su opinión. Porfía:

- Usted tiene que recordar algo y es su deber ayudar a solucionar su caso.

Preferí no decirle al neurólogo que a mí me importaba un pito solucionar mi caso y decidí darle una pequeña alegría.

- Si, claro. Una mañana de sol y de frío fui con mi primo a la carpintería de Damián para encargar un tablero de madera para jugar al fútbol con los botones.

Bostezo. Pido al hombre de las preguntas que me deje dormir un rato. Cierro los ojos y me autodiagnostico. Claro que tengo recuerdos. Lo que pasa es que son deseos y no sé si se cumplieron o no. Da igual. No pienso averiguarlo.

Me acuerdo de ella. ¡Dios! Tacones, manos, medias. Su falda, sus zapatos, su blusa, su melena, su cuello con sus rizos. Me acuerdo de ella con el corazón, no con la memoria.

miércoles, 4 de abril de 2012

¿Qué haces escribiendo?




A los quince años, hace tantísimo tiempo, escribía yo acerca de mis cosas en el despacho paterno que, no hace falta jurarlo, era de puro estilo "remordimiento español". Entró sin llamar, según su costumbre, la yaya que nos había criado a los nueve hermanos y me preguntó:

- ¿Qué haces escribiendo? ¿No tienes nada que hacer?

La yaya Sagrario era de Ventas con Peña Aguilera, provincia de Toledo, y la guerra había matado a su novio, un miliciano del Frente Popular llamado Emiliano. Ella no tuvo ya ojos para otro hombre alguno. Sagrario era honesta y leal. Entregó su vida a nosotros y entre nosotros murió. De ella aprendí que no siempre los vencedores llevan razón.