Los niños del pueblo llevaban el pelo al rape, y tenían marcas de cicatrices y heridas de peleas a cantazos. El acento maracenero es tan duro que era casi imposible entenderlos. Una tarde mi hermana Eulalia y yo aparecimos en bicicleta en Maracena, pero no por las veredas que atravesaban la vía del tren y llevaban a El Cerrillo, sino por la carretera de Jaén. Doblando la Curva, con mayúscula, a la izquierda se cogía un camino sin asfaltar que bordeaba una nave de adobe con un gran letrero pintado sobre la cal que rezaba “Fábrica de colas fuertes, gelatinas y pegamentos”. Por cierto que ese remedo de fábrica olía a muerto. Más exactamente, a burro muerto, porque con los huesos de los animales se hacían tales productos. O eso me contaron.
Aquella tarde llegamos a la plaza del pueblo, cerca del café Zurita, y me avergonzaron los zagales. Uno gritó: “chacho, dile a tu prima que está más güena que un marrano”. Hoy comprendo que era un piropo, pero yo me sentí mal. En descargo de los críos de Maracena diré que mi hermana iba en pantalón rojo, lo que no se estilaba en la vega de Granada en los años cincuenta. Quiero decir que no se estilaba que las mujeres, cualquiera que fuera su edad, montasen en bicicleta ni mucho menos que usaran pantalones. También es cierto que Granada es conocida en el universo mundo por La Alhambra y por la mala “follá” de sus gentes. La “tierra del chavico”, decía mi padre. Hubo un tiempo en que, cuando estudié Derecho en la Complutense de Madrid, en ella predominaban los catedráticos granadinos. Supongo que la combinación entre tierra pobre, de mucha altitud media sobre el nivel del mar, poca industria y Universidad con solera histórica, dio lugar a brillantes generaciones de granadinos que coparon mi vieja Facultad de Derecho.
En septiembre, Frasquito el capataz y yo, con mis ocho o nueve años, nos íbamos a las ferias de los pueblos. Llegábamos en tranvía, pues Granada tenía una de las redes de tranvías más larga y densa de Europa. A propósito, mi padre tuvo no sé qué cargo en los Tranvías de Granada, S.A. Conocí bien Atarfe, Peligros, Pinos Puente, Gabia la grande y la chica, Armilla, Albolote, Alfacar y su pan blanco, Santa Fe... Para nosotros dos la feria consistía en llegar a media tarde al pueblo que festejaba a su patrono y meternos en el bar en donde Frasquito hubiera quedado citado con sus amigos. A mí me dejaban beber unos culos de cerveza La Alhambra, con aceitunas de tapa. Los hombres hablaban de las cosechas y de sus precios, que interesaban a Frasquito porque era aparcero y no simple asalariado de Los Cipreses. Allí, entre calendarios de la Unión Española de Explosivos y botellas de anís Machaquito, aprendí yo que los labradores siempre se quejan de la poca o mucha cosecha, del agua o de la sequía y, dentro de un orden porque los tiempos no estaban para bromas, de los defectos del Servicio Nacional del Trigo o del Monopolio de Tabacos. Estas últimas quejas porque en la vega de Granada se sembraba tabaco negro. El cereal quedaba para las hazas altas y de peor tierra, a donde no llegaba el riego.
Frasquito tendría entonces cincuenta años, más o menos, porque en el campo no era fácil calcular edades y queda dicho que yo menos de diez. Fuimos amigos y algo cómplices pues no estoy seguro de que en casa supieran exactamente qué consistía en ir de feria. Lo que más gustaba al capataz eran las noches en que mi padre, después de cenar, anunciaba que había serpentón. Es un juego de cartas, con baraja española, que permite jugar a quince o veinte jugadores, pues sólo se reparte una carta por barba. Yo iba a buscar a Frasquito, quien con gran respeto y dignidad se sentaba a jugar a la mesa de los señores. Mi padre sacaba la caja de tabaco, que era de libra traída de Gibraltar y ofrecía al capataz, quien liaba su cigarro con sabiduría y parsimonia. Comenzaba el juego, al que apostábamos dinero cada uno de su paga. A mi padre nunca le pareció reprobable apostar dinero. Antes al contrario, animaba el juego añadiendo propinas a la banca o monte. Algún as de oros, o “huevo frito”, nos proporcionó veinte duros de entonces. Si el afortunado era Frasquito, su tartamudez aumentaba de grado y no era raro que se equivocase llamándome “Choche Mari”, en vez de Manuel María.Le recuerdo cuando los domingos se aseaba en el patio de su casa, los pies metidos en un barreño de zinc con agua, y su señora afeitándole la barba navaja al sol. Camisa blanca limpia, sin cuello, y sombrero de fieltro para ir a la iglesia. Era un hombre digno.
En el campo de entonces se blasfemaba. Pero ello no convenía a los oídos de mi madre. Tampoco gustaba de saber que alguien cercano o conocido no cumplía con el precepto dominical. Un verano amenazó con toda su dulzura al recovero que traía a casa, en carro con burra, provisiones que no producía nuestra finca con borrarle de la lista de proveedores. Consternación. A partir de entonces aquel hombre, dentro de los linderos de Los Cipreses, no volvió a mentar nada sospechoso de rozar a Dios, la Virgen o los santos, y aportaba cada semana, lo prometo, un certificado del párroco de Maracena, que daba fe de su cumplimiento de la obligación dominical. ¡O témpora! ¡O mores!
Me ha encantado saborear sus letras con sabor a recuerdos de una Granada que yo no conozco,.
ResponderEliminarBesos
Esta entrada me ha encantado. He disfrutado leyéndola. Inmersa en recuerdos maravillosos de infancia, y con un final típico de tu "carácter" (¡Que poderío de madre!)
ResponderEliminarPero también te digo que como de vez en cuando no pases a visitarme, como que... porque tu ... "mucho fufu y poco niqui, niqui" (expresión de mi infancia). A buen entendedor "pocas explicaciones" bastan.
Felices sueños.
Millones de gracias,mi querida cuarentayguapa.
ResponderEliminarMis vivencias de allá son muy gratas. Tanto, que voy poco por aquella tierra. El turismo ha matado buena parte del encanto. Besos...
Manuel un relato magnifico con solera granadina de una época de tu niñez donde es grato recordar tus vivencias y viejos tiempos de antaño entrañables.
ResponderEliminarCuando la vida la veías con ojos de niño en el pueblo de Maracena que tiempos mas buenos. Tengo que reconocer y aquí en nuestra tierra todo el mundo sabe que los maraceneos eran los más brutos y catetos de todo Granada, ya no son catetos son de ciudad.
Y que quieres que te diga amigo mio que viva la mala follá granaína y ole que a gusto me he quedado.
Un abrazo para ti de MA, de paisana a paisano.
Querida Mercedes, sí, mi madre era poderosa, pero...¡por su infinita ternura! ¡Gracias!
ResponderEliminarTu infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, pero lo son de una tierra y de una madre, que ha traído a mi corazón la imagen de otra tierra y, otra madre también de llena de ternura que sujetaba con mano fuerte a toda una familia sin que nadie se diera cuenta.
ResponderEliminarO tempora... o mores!
Besos con nostalgia.
Olá Manuel!
ResponderEliminarDe alguma maneira as mães são sempre poderosas, não é?
Encanto-me com estas tuas histórias recordando tempos idos. Aqui chamamos "matar saudades".
E também eu matei uma saudade aqui, porque a irmã de meu pai, a mais nova, muito rebelde e independente, era como tu hermana. Em 1955 já ela vestia pantalones e se deslocava na cidade com bicicleta de motor :))
Buscava-me no colégio, para minha vergoncia ;))...
Eu era muito menininha. Até altas horas da noite, jogavamos Krappô :)) ela me ensinou tão bem que quase sempre eu ganhava...rsss!
Muito bom, este momento aqui, no teu canto.
Abracito, guapo.
Amiga "OutrosEncantos": "Por darte contento,/por darte consolo,/trocando en sonrisas/queixiñas e choros..." ( Rosalía de Castro )
ResponderEliminar¡Gracias por tu visita! ¡Pasaré por tu casa! Beijinhos...