viernes, 10 de febrero de 2012

El ratón que se comía mi jabón


Érase que se era un ratón de campo que se comía mi jabón.

Hace mucho tiempo era costumbre, en años de magra cosecha, aprovechar el aceite de oliva inservible para elaborar jabón.

Removíase la mezcla en grandes barreños de cerámica vidriada.
Añadíase aceite de laurel y otro ingrediente que no recuerdo ahora, quizás glicerina. Batíase con palos largos de madera de avellano y la fuerza de los labriegos brazos. Y, ¡oh milagro!, ya estaba saponificado el aceite.

El mejunje se trasvasaba a cajones de madera,
que eran apilados y puestos a desecar en las naves
donde se entrojaba el grano. Cuando endurecía del todo era cortado con serruchos, primero en barras alargadas y luego en tacos.
Era un jabón muy bueno y sano.

Una mañanita de verano, al asearme en mi tocador
con aguamanos de jofaina y palangana de porcelana,
advertí en mi mendrugo de jabón huellitas de uñas y
roeduras de dientecillos. Y así día a día y noche a noche de un estío calefaciente.

Tracé un plan, que ejecuté en la alta noche de la luna llena de agosto
mientras velaba quieto y a oscuras. Sonar las dos en el reloj del salón
y oír que el ratoncillo roía en mi jabonera fue todo uno.
Era rabilargo y morripelúo. Preciosísimo. Le dejé hacer sin moverme.
También los ratoncillos son hijos de los dioses.
Tardé en dormirme y lo hice pensando en que apenas sí faltaba un rato
para la llegada del agua por la gran acequia, pues aquella amanecida era nuestro turno de riego.
El capataz me despertó a las seis y media con la contraseña convenida.
Tres pedrejones contra mi balcón.


A la noche siguiente corté a navaja el jabón de aceite en dos cachos parejos. Uno para el ratoncillo y otro para mí, que guardé en la mesilla de noche,
con el orinal, la linterna, un ovillo de hilo de bramante,
el libro de las aventuras de Guillermo Brown de la editorial Molino y...
una foto de Silvana Mangano en “Arroz amargo”, recortada de la revista Fotogramas. El animalico mordedor entendió mi propuesta. Él no debía comerse mi pedazo ni yo lavotearme con su trozo. Ambos cumplimos como caballeros. 




Llegado que fue el tiempo de volver al colegio, bien pasado el veranillo del membrillo, el ratón estaba tan cachigordete que se le juntaban las mantecas. Yo estaba flaco como siempre, tostado y vivo. Triste por la vuelta a la capital, más contento con mi secretillo.

5 comentarios:

  1. Que fantástico relato, me has recordado mi
    niñez que también en alguna ocasión habia visto a mi abuela hacer este laborioso tesoro.
    Decia mi abuela: quita las machas de la ropa, huele bien, deja la piel estupenda....y no se
    cuantas mas cualidades tenía; asi que comprende
    al sabio y cachigordete que se lo comía, él
    sabrá porqué, ves, quizás era mas inteligente que todos y le conocia otra propiedad que tu
    desconocias...que estaba exquisito.
    Un abrazo.

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  2. Me ha encantado el relato, he disfrutado con la ternura de la historia y me ha hechizado el buen hacer y las bellas palabras que derrocha su pluma ...he viajado en el tren de los recuerdo hacia otros tiempos, tiempos en los que mi abuela y mi madre hacían jabón en el pueblo, de hecho, hoy en día mi madre y mis tías continuan aprovechando el aceite usado para hacer un jabón estupendo...
    Saludos

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  3. Tuve una historia parecida hace poquísimos años. Solo que mi ratón trepó por el álamo blanco de mi jardín hasta mi mesita de noche y cada madrugada roía las velas perfumadas que decoran la madera del mueble -soy un poco exotérica- yo lo oía pero no lo encontraba. Una mañana después de remover lo vi columpiandose en el cable de la lámpara de la mesita totalmente mimetizado, lo cogí con unas pinzas de zirujano por el rabillo, todavía no sé cómo, y acabó en el campo, fui incapaz de cometer un crimen.
    Saludos ha sido muy divertido leerte.

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  4. Eres muy gracioso y me río mucho contigo. Mi historia corrío por facebook una buena temporada con fotos incluidas. Mi hija la hizo correr. Si llego a cargarme al ratón me corren por toda Granada su pandilla, ya que entre todos lo bautizaron con el nombre de Gustavo.
    Saludos de nuevo. Todo esto es muy divertido.

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  5. Ay Manuel, que cosas tienes.
    Esas historias tuyas que tanto gusto me dan...
    Te imagino ahora a la caza de un ratón y me salta la risa.

    Besos frescos como la noche.

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