( fotos tomadas por mí con un Nokia N-8)
La enfermedad es el estado humano más democrático que
existe, lo que no impide que sea terriblemente injusta. Igual da que seas
rico o pobre, guapo o feo, listo o tonto, vizconde de Montilla que bracero en
Utiel.
Tampoco respeta la improbable ley de la probabilidad, pues nada impide que después de darte un infarto no te ataque a traición una insuficiencia renal, mientras que tu vecino no conoce ni lo que es un bendito catarro estadístico.
Un poco como la renta per cápita, pero ciegamente administrada por un azar aleatorio, caprichoso, injusto y cruel; de ahí que nos quedemos estupefactos cuando nos enteramos de que una bella, buena y noble persona tiene una enfermedad incurable, mientras que ese jefe tuyo, psicópata y egoísta, a quien quisiéramos ver criando malvas, sigue sano como un rubicundo y rollizo niño de teta.
Menos mal que en cuanto acabe me voy a cobrar el décimo premiado, y… ¡que sea lo que Dios quiera!
Tampoco respeta la improbable ley de la probabilidad, pues nada impide que después de darte un infarto no te ataque a traición una insuficiencia renal, mientras que tu vecino no conoce ni lo que es un bendito catarro estadístico.
Un poco como la renta per cápita, pero ciegamente administrada por un azar aleatorio, caprichoso, injusto y cruel; de ahí que nos quedemos estupefactos cuando nos enteramos de que una bella, buena y noble persona tiene una enfermedad incurable, mientras que ese jefe tuyo, psicópata y egoísta, a quien quisiéramos ver criando malvas, sigue sano como un rubicundo y rollizo niño de teta.
Menos mal que en cuanto acabe me voy a cobrar el décimo premiado, y… ¡que sea lo que Dios quiera!
(Texto que me ha remitido hoy, víspera de Nochebuena y vía
móvil, mi amiga Théophile P., desde la sala de espera de un gran Centro Médico
Público.)