domingo, 27 de diciembre de 2015

Año Nuevo


Año Nuevo                                       

La verdad empieza en el cuerpo. Cada día, una vida.
Pero ¡cuidado! Que la vida no es lo que se lee en los periódicos. Ni en internet. Las apariencias no engañan, aunque a veces lo hacen.
Deseo un buen año 2024 para todos vosotros y nosotros.

Manuel María Torres Rojas.

Foto Masao Yamamoto.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Navidad y Año Nuevo


Navidad y Año Nuevo                    

La mejor celebración de estas fiestas es siempre la más perfecta normalidad.

Ello es lo que te deseo ahora y también para todo el 2016.

Cada día, una vida.

Abrazos

Manuel María Torres Rojas


(foto M. Yamamoto)

viernes, 10 de octubre de 2014

EQUIPO B

De izquierda a derecha,
de pié:
Serrano de Pablo/ Alcaraz/ Rodriguez/ Alonso/ Resines/ Domínguez/ Torres Rojas
agachados:
Viada/ Galindo/ Rumeu/ Enciso/ Ruiz/ De Diego
(foto cortesía del Ilmo. Sr. D. Luis Serrano de Pablo)
EN UN PATIO DEL COLEGIO DE EL PILAR DE MADRID,
DENTRO DE UN EDIFICIO NEO-GÓTICO REMATADO DE CRESTERÍAS,
GABLETES, GÁRGOLAS Y PINÁCULOS,
JUGÁBAMOS AL FÚTBOL ¡CON CORBATA!
Y MENOS MAL QUE LA CAMISETA NO ERA BLANCA...

viernes, 26 de septiembre de 2014

SIN PIJAMA Y SIN RECUERDOS



(autorretrato de mis pies)

El caudal gris de ciegas horas se rompe por una ranura de luz.
Desperté sin pijama y sin recuerdos. Mi cuerpo estaba cubierto tan sólo por una bata de hospital, de esas que te dejan con el culo al aire.
Mi memoria, vacía. Boca arriba, yerto de cuerpo y yermo de espíritu.
Respiré con la tripa. Tenía un ladrillo en el estómago y la lengua como lija del número tres.El médico preguntó:

- ¿Cuál es su último recuerdo?

Contesto:

- No lo sé. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

Dice el médico que en mi historial no consta fecha de ingreso y que, cuando él empezó a trabajar en la clínica, hace un lustro, era fama que yo era el decano de los pacientes.

El galeno insiste:

-¿Qué es lo último que usted recuerda?

Se estaba poniendo pesado. Respondí:

- Una casita muy chiquitita con muchas flores en el jardín.

El hombre de la bata blanca humaniza su rostro y dice:

- En ella vivía usted, supongo. ¿Dónde estaba esa casa?

Contesto:

- Que no doctor, es la letra de una canción.

Este tío está casado con su opinión. Porfía:

- Usted tiene que recordar algo y es su deber ayudar a solucionar su caso.

Preferí no decirle al neurólogo que a mí me importaba un pito solucionar mi caso y decidí darle una pequeña alegría.

- Si, claro. Una mañana de sol y de frío fui con mi primo a la carpintería de Damián para encargar un tablero de madera para jugar al fútbol con los botones.

Bostezo. Pido al hombre de las preguntas que me deje dormir un rato. Cierro los ojos y me autodiagnostico. Claro que tengo recuerdos. Lo que pasa es que son deseos y no sé si se cumplieron o no. Da igual. No pienso averiguarlo....

( el lector interesado puede proseguir su lectura
de esta narración autobiográfica en mi otro blog:
en el relato allá titulado:
"Hugo Chávez El Huerfanito")

sábado, 6 de septiembre de 2014

RAFAEL

Se me ha muerto como del rayo Rafael,
con quien tanto reí, jugué y bebí.
Amó mucho y mucho fue amado y, de repente,
bien temprano,
un manotazo duro,
un golpe helado, a tierra le derriba sin cuidado.
¡Tanta vida y jamás ya!
¡Déle Dios buen galardón!

sábado, 7 de junio de 2014

UN PACKARD NEGRO




En aquellos años pasé muchas tardes de domingo en la Casa de Campo.

Me oreaba y desentristecía bajo la luz de la capa de cielo velazqueño frente a la silueta de la sierra madrileña.La Casa de Campo continuaba cerrada al público porque se decía que quedaban sin explosionar bombas de mano y obuses y granadas y otros cohetes de la guerra incivil. Era emocionante aunque nunca encontramos espoletas ni detonantes. Las trincheras de un frente de guerra son perfectas para jugar a la paz. Y a juegos de amor.

Usufructuábamos la preciosa finca pública juntamente con los hijos de un ministro de Franco, amigos y compañeros del colegio de El Pilar. Venía a buscarnos un inmenso Packard negro del Parque Móvil Ministerial. Nosotros éramos dos chicos y una chica, al igual que nuestros amigos. Mi tata se llamaba Sagrario y era de Ventas con Peña Aguilera, provincia de Toledo. La de ellos se llamaba Sabina y no me acuerdo de dónde era, pero sí de su acento asturiano.



A guisa de correspondencia, nosotros llevábamos merienda para todos, chófer oficial incluido. Bocadillos de queso de bola y carne de membrillo, o bollos suizos con jamón de york, más un plátano y una onza de chocolate Matías López por barba.



Una tarde el ministro en persona me encaramó a su caballo a horcajadas y me preguntó si estaba cómodo. Yo tenía siete u ocho años y era muy leído. Quise enfatizar y contesté que “incomodísimo”. Se acabó el paseo a caballo, aquella tarde y todas las del resto de mi vida. Si me hubiera limitado a contestar “muy cómodo”, igual termino de socio de un club hípico para pijos, en vez de afiliado al Atlético de Madrid, equipo que por entonces ganaba campeonatos de liga y todo.Todavía conservo aquel carnet del Atleti, de piel granate y letras de purpurina de Casio, y también los recuerdos del enorme Packard negro, del olor a jara, a resina y a romero de los campos de sílice del Noroeste de Madrid y de mi yaya Sagrario, que en gloria esté, igual que su novio, miliciano que nunca volvió del exilio francés. Ella jamás tuvo ojos para otros hombres, pues siempre guardó ausencia de su Emiliano.

Del colegio rememoro ahora el solar, el patio norte, el central y el pabellón de ingreso. Y a D. Ramón, maestro de cocina y canaricultor de pro. Casi todo quedó atrás, o no existe. Como los alcornocales, algarrobales y almecinos de mi viejo parque del Buen Retiro. Por no hablar de mis primeros amores de aquí, del barrio. O del mar.