( foto FERDINANDO SCIANNA Granada Semana Santa 1984 )
Viajo a Granada para asistir a una boda familiar. Me llama la atención la belleza de las crías de mis primas. Ganan a los varones en galanura e inteligencia y, frecuentemente, en estatura. Me preguntan con insistencia por Ada y yo les enseño las fotografías de mi queridísima perrita jack Russell terrier. Una de ellas, con picardía, me dice que algunos rasgos de Ada son míos. Pero quiere saber más. Quieren ver a Ada representada como abuela. O sea, que escriba sobre la Ada de hoy.
Estoy en el hotel Alhambra Palace. En la cena de celebración del matrimonio comparto mesa y mantel con señoras leídas y escribidas. A la altura de la lubina al hinojo va una de ellas y me suelta un sermón sobre cómo llegar a la fe a través del conocimiento. Me porté muy bien y no quise hablar del encarnizamiento de la escolástica contra la ciencia y la razón moderna. Heráclito, con su preocupación naturalista, no recurre a una divinidad para explicar los fenómenos naturales. Hegel, en su “Diario por los Alpes de Berna”, recuerda a Heráclito: “esto es así”.
Cambié de conversación piropeando a la señora y haciéndole ver que había notado que su marido llevaba un precioso Pathek Philippe en la muñeca. La dama agradeció mi ayuda para salir de los laberintos del jardín del conocimiento que conduce a la fe. Me dijo, orgullosa, que el reloj se lo había regalado ella. Si vuelvo a ver a la señora que tiene un cerebro que tiene fe, igual voy y le explico un cuento japonés. El del hombre espiritual que se conecta con lo sagrado por medio de sus sentidos y no con la razón. Por cierto que los paganos creían en los dioses del campo. No eran ateos. Eran politeístas, que es otra vaina.
No sé qué piensa de Granada mi hermano muerto. Él, que fue el primer hermano que nació en Madrid, ¿está preñado, como yo, de un sentimiento de amor/odio hacia la tierra de nuestros padres y abuelos?
A mí me gusta la tierra de labranza tanto si es de pan llevar, como si es de vega. En la Granada de hoy ya no queda vega pues han sustituido los pimientos, habas y berenjenas por torres muy altas y muy requetefeas.
Me cuesta ir a Granada pues a ella llego melancólico, en ella me vuelvo iracundo, los recuerdos de mis muertos me persiguen y, dos o tres días después, tengo que salir de allí o hincar el pico.