
En aquellos años pasé muchas tardes de domingo en la Casa de Campo.
Me oreaba y desentristecía bajo la luz de la capa de cielo velazqueño frente a la silueta de la sierra madrileña.La Casa de Campo continuaba cerrada al público porque se decía que quedaban sin explosionar bombas de mano y obuses y granadas y otros cohetes de la guerra incivil. Era emocionante aunque nunca encontramos espoletas ni detonantes. Las trincheras de un frente de guerra son perfectas para jugar a la paz. Y a juegos de amor.
Usufructuábamos la preciosa finca pública juntamente con los hijos de un ministro de Franco, amigos y compañeros del colegio de El Pilar. Venía a buscarnos un inmenso Packard negro del Parque Móvil Ministerial. Nosotros éramos dos chicos y una chica, al igual que nuestros amigos. Mi tata se llamaba Sagrario y era de Ventas con Peña Aguilera, provincia de Toledo. La de ellos se llamaba Sabina y no me acuerdo de dónde era, pero sí de su acento asturiano.
A guisa de correspondencia, nosotros llevábamos merienda para todos, chófer oficial incluido. Bocadillos de queso de bola y carne de membrillo, o bollos suizos con jamón de york, más un plátano y una onza de chocolate Matías López por barba.
Del colegio rememoro ahora el solar, el patio norte, el central y el pabellón de ingreso. Y a D. Ramón, maestro de cocina y canaricultor de pro. Casi todo quedó atrás, o no existe. Como los alcornocales, algarrobales y almecinos de mi viejo parque del Buen Retiro. Por no hablar de mis primeros amores de aquí, del barrio. O del mar.
Me ha encantado... Es bonito recordar.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Muchos besos.
No es una belleza concreta la que excita mis sentidos. Existen cien razones para que me gusten todas las mujeres...
ResponderEliminardame algunas de las razones querido mio
te espero en mi email
ResponderEliminarcharlame
lolaflores566@gmail.com
besito de lengua
Esto de ir paseando por lugares compartidos refresca el alma
ResponderEliminarGracias por compartir
¡Oh, pensamiento amigo!
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