Nota del autor:
Escribí este texto hace tiempo y no se refiere ni alude a ninguna mujer concreta ¡faltaría más!
Tengo un problema. Se
trata de que, desde que dejé la Universidad, sólo he prestado atención a la
mitad del género humano. Concretamente, a la mitad compuesta por mujeres.
Ese afán reduccionista que me
posee tuvo su origen, allá en la noche de mis tiempos de adolescente, en un
deseo físico hacia las chicas, deseo material al que se fue agregando uno
metafísico, cercano a la veneración por la esencia de lo femenino. Un impulso
por asir lo inasible: el alma de “La Mujer”.
Con el rodar de los años, visto
lo visto y padecido lo padecido, mi incondicional idilio con la mujer está
volviendo a su origen material, esto es, relativo o perteneciente al reino de
los cinco sentidos. Las féminas me gustan a morir pero, simplificando, diré que
“hombre blanco no entender ni pizca de cuanto ellas hacen o dicen”.
De la otra mitad de la
humanidad, la masculina, no me interesa ni lo físico ni lo químico. Se trata de
seres primitivos, torpes y acomplejados. Gente con mala conciencia histórica de
pertenencia a la clase masculina.
Quiere decirse que vuelvo a
estar joven, a ser joven de ánimo. Estoy solo, solamente hablo con mujeres y
algunas de ellas me besan y abrazan. Hacemos el amor y cenamos juntos con un
buen vino. Cuando tratamos de hablar, casi nunca resulta placentero. Opinamos
lo contrario en cualquier materia que abordemos, igual se trate de costumbres y
moral, de literatura, de política o de la vida eterna.
Supongo que nuestras
diferencias, a menudo radicales, provienen no sólo de la diferente conformación
de nuestros cerebros, el masculino y el femenino, sino también de la
históricamente novedosa circunstancia de que ellas están, hoy y a todas horas,
muy atareadas, agobiadas, estresadas y sobrepasadas por los acontecimientos
cotidianos. Tengan o no dinero, estén o no enamoradas, sean altas o normales,
teñidas o todavía no, todas tienen prisa, problemas y varios cadáveres de
hombres en sus armarios roperos. Pero todas ellas, casi todas, buscan otro más,
otra relación más, otro hombre nuevo, para cambiarle eso sí.
Hace no tanto tiempo una
bella mujer, bien dotada para acumular trastos bellos e improbablemente útiles,
me dijo con convicción: “hay cosas que me gustan mucho de ti. Otras no, nada”.
Contesté: “siempre es así. Contigo me ocurre igual. Otras veces es peor: me
gusta todo de una mujer, pero ella no”.

La foto de arriba es de Wendy Bevan. La de abajo contiene una vista del monasterio jerónimo Sta. María de El Parral, provincia de Segovia.