
La primera luz de aquél día no fue la del alba,
sino la que proyectaba la pantalla del blackberry en tu cara,
recién abiertos tus ojos malvas...
¡Qué determinación en tu ceño fruncido!
¡Qué fijeza en tu mirada!
Me invadió un golpe de ternura...
Hoy sé a quién deletreabas tu mensaje y
cuánto desengaño y cuánto dolor
te estabas procurando para bien pronto.
Nada. Nada nos han enseñado los años. Nunca.
Nunca y nada aprenderemos. Ambos.
Tú y yo.