¡No hay manera de entender nada en este mundo! El escritor no debe convertirse en juez de sus personajes ni de sus palabras, sino en un testigo desapasionado. Las personas que escriben deben reconocer que no entienden nada de nada, como en su momento lo hicieron Sócrates y Voltaire. La gente cree saber y comprender todo; y cuanto más tonta es, más vasto parece su horizonte.
Algo así, más o menos, escribió Antón P. Chéjov a Alekséi Suvorin en 1888 ¡Amén!
Amor, pasión y tragedia. La música nos sumerge de pleno en el siglo XVIII, nos lleva a la Revolución Francesa. Esta ópera permite al director de escena Giancarlo del Monaco hacer un espectacular despliegue de decorados y de trajes. Los solistas Marcelo Álvarez y Fiorenza Cedolins están acompañados de más de un centenar de personas sobre el escenario. En el foso el maestro Víctor Pablo Pérez dirige a la orquesta mientras al coro se le escucha de fondo. Tras el telón los técnicos se mueven con rapidez para mover las plataformas que esconden guillotinas, teatro y salones de corte.
Necesitaba un plan. Un plan sencillo. Apto para menores. Normalmente utilizo lo que llamo "la estrategia del barullo" Pero mi parte animal me decía que, para desovillar ésta jodida madeja, se requería algo más que el instinto. Me acerqué al gimnasio donde tengo una taquilla de alquiler y me calcé en la cintura el mejor revólver del mundo. Un magnum 45. Así funcionan las cosas.
Hace algún tiempo hice un favor a un fulano nombrado Cristófaro. Se trata de un italiano que tuvo cierto predicamento entre los espaguettis de la mafia napolitana de N.Y. El muy mascalzone se casó con una claudiacardinale oriunda de su pueblo, de esas de 100-70-100, que al parecer preparaba los gnochis como la sua mamma y fabricaba bambinos a ritmo andante furioso. Total, que Cristo se vió forzado a pedir a su honorable sociedad un trabajo menos ruidoso e igualmente remunerador. En menos que canta un gallo el buen hombre estaba de presidente de un saving bank en un próspero condado de un rico y noble estado de la Unión. ¡Es lo que tiene la ley de l'omertá!
Había sonado la hora de que me devolviera la merced que le dispensé siendo yo, al terminar la guerra, jefe de seguridad en el Waldorf Astoria de N.Y. El benévolo napolitano se había montado un buen bonche en la suite pen-house de mi hotel, con la mala sombra de que, a una de las pin-ups de la bacanal, no se le ocurrió otra cosa que sufrir un síncope mortal por pasarse de la raya. ¡Gajes del oficio!
A mí me gusta la tierra de labranza tanto si es de pan llevar, como si es de vega. En la Granada de hoy ya no queda vega pues han sustituido los pimientos, habas y berenjenas por torres muy altas y muy requetefeas.
Me cuesta ir a Granada pues a ella llego melancólico, en ella me vuelvo iracundo, los recuerdos de mis muertos me persiguen y, dos o tres días después, tengo que salir de allí o hinco el pico. − ¿A qué huele lo sagrado? pregunté al poeta haijin. − Lo sagrado huele a este mundo, me contestó. Venezia, sin embargo, huele agrio a causa de su laguna y de la explotación intensiva de su turismo.
A cuantas personas escribimos nos viene estupendamente que nuestros improbables lectores nos hagan llegar los ecos e impresiones que nuestra escritura provoque en ellos. A tal fin, reseño aquí la dirección de mi correo: manuel.t.rojas@gmail.com
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